Multitud de emociones se suceden cuando
Éowyn, Galadriel y Faramir me despiden en el aeropuerto. Dejo lo que más quiero
por unos días y eso me rompe el alma, pero a la vez siento la llamada de mi YO
interior, que me empuja hacia delante.
Galadriel está risueña y alegre, como
siempre. Se me sube al cuello de un salto y me dice que me va a echar mucho de
menos. Siento sus mejillas contra las mías mientras me rodea con sus bracitos y
me acaricia la espalda…
Llega el turno de Faramir. Él no sabe aún
lo que es un despedida, pero le sigue la corriente a su hermana. Lo miro y
piensa que nunca lo he visto tan guapo. Nos abrazamos, un beso…
Finalmente, Éowyn. Veo la emoción en sus
ojos y un cierto temor… “Qué pasará?”. Es el mismo miedo que siento yo, aunque
los dos preferimos evitar mencionarlo. Ella es en realidad la artífice del
viaje, de este camino que hoy inicio hacia el reencuentro conmigo mismo.
Cerca de trescientas almas, la mayoría
bolivianas, van encontrando asiento. Muchos niños, pero también mujeres,
jóvenes, gente mayor que vino a la Comarca con la esperanza de labrarse un
futuro mejor al que no podían aspirar en su país… Algunos, los menos, medraron.
El resto quiso vivir el sueño europeo y les despertó la pesadilla del mundo
globalizado. Ese mismo que les lanzó cantos de sirena para que vinieran a reconstruir el viejo
continente y hoy los devuelve en asiento de turista a su casa…
Rugen las dos turbinas del 330-300.
Estamos a punto de salir.
Una oración para la familia, también pido
una bendición para el viaje. Mamá, Papá, sé que vais a bordo. Velad y
protegedme.
El ruido se hace ensordecedor. Potencia
al máximo. El respaldo del asiento recoge mi cuerpo acelerado… Arriba! Ya
estamos en las manos del piloto… Y por supuesto, en las de Dios.