jueves, 8 de mayo de 2014

Un ángel más en el cielo...

Hoy es uno de esos días en los que no apetece escribir, aunque las circunstancias y el corazón empujan a ello pese a no saber de dónde sacar las fuerzas.

Desde que inicié mi andadura por la tierra media del blogger es la segunda ocasión en la que, lamentablemente, transmito la peor de las noticias. Es algo que uno jamás querría, pero me parece injusto no dedicar unas líneas a un pequeño hobbit que falleció en el día de ayer, a la tierna edad de siete años, debido a un infarto cerebral.

No se me ocurren palabras para describir el estado de consternación que vive la comarca, y mucho menos sus padres, hermano, abuelos, amigos... No es que tenga mucho contacto con la familia, ya que nuestros hijos son de edades muy distintas, pero bueno, esto es la comarca, y en la comarca todos nos conocemos... y duele. Duele mucho.

No es la primera vez que me enfrento a la pérdida de alguien cercano, pero sí debo reconocer que, en esta ocasión, por un motivo u otro, lo siento muy adentro. Como si me hubiera pasado a mi mismo. Evidentemente no se puede comparar mi estado con el del padre o la madre del pequeño hobbit, pero siento un profundo vacío en el que la semilla de la tristeza y la incertidumbre hubiera encontrado el sitio donde crecer.

Todo esto me lleva a reflexionar sobre la brevedad del momento, la fragilidad de la vida y la importancia de VIVIR, sí, en mayúsculas, el milagro de la existencia cada día, todos los días. Como ya describí en una entrada anterior, soy imperfecto, lo sé y lo reconozco. Estoy lleno de defectos y mi lucha es una batalla diaria por intentar mejorar. Creo en la existencia de Dios, y sé que yo y todos los seres somos una pequeña parte de ÉL. Me ilusiona el hecho de que, cuando abandonamos este mundo terreno, se supone que es para acceder a otro estado superior, siempre que hayamos aprendido algo o hayamos cumplido aquello que vinimos a hacer, pero también me cuesta mucho comprender que ese proceso de aprendizaje y mejora deba pasar por aceptar la muerte, especialmente cuando quien se va es un joven hobbit de sólo siete años.

Gracias al inmenso acto de amor y generosidad de sus padres el pequeño hobbit seguirá viviendo en otras personas a las que les urge una donación, aunque ya vive para siempre en nuestros corazones.

Un nuevo ángel sube al cielo...